“El regalo" - Raymond Carver
Comenzó a nevar tarde anoche. Copos húmedos
cayendo más allá de las ventanas, la nieve cubriendo
las claraboyas. Miramos durante un rato, sorprendidos
y felices, contentos de estar allí y en ningún otro lado.
Llené el horno de leña. Ajusté el tiraje.
Fuimos a la cama y cerré mis ojos enseguida.
Pero por alguna razón, antes de dormir,
me acordé de la escena en el aeropuerto
de Buenos Aires la tarde que partimos.
¡Qué tranquilo y desolado parecía el lugar!
Completa quietud salvo por el sonido de nuestros motores
mientras nos alejábamos de la puerta y
nos deslizábamos lentamente hacia la pista de nieve iluminada.
Las ventanas en la oscuridad del edificio de la terminal.
Nadie a la vista, ni siquiera el personal de tierra.
“Es como si el lugar entero estuviera de luto”, dijiste.
Abrí mis ojos. Tu respiración denotaba
que te habías dormido rápido. Te abracé
y continué de Argentina hasta recordar un lugar.
Viví una vez en Palo Alto. No hay nieve Palo Alto.
Pero tenía una habitación y dos ventanas con vista a Bayshore Freeway.
La heladera se ubicaba al lado de la cama.
Cuando me deshidrataba a medianoche,
todo lo que tenía que hacer para saciar esa sed era extenderme
y abrir la puerta. La luz interior mostraba el camino
a la botella de agua helada. Un calentador
estaba en el baño cerca del lavabo.
Cuando me afeité, la cacerola con agua hirvió
en el anafe al lado del tarro con gránulos de café.
Me senté en la cama una mañana, vestido, bien afeitado,
tomando café, postergando lo que había decidido hacer. Finalmente
marqué el número de Jim Houston en Santa Cruz.
y le pedí 75 dólares. Me dijo que no los tenía.
Su mujer se había ido a México por una semana.
Simplemente no los tenía. Se había quedado corto
ese mes. “Bueno”, le dije, “entiendo”.
Y lo hice. Hablamos un poco más,
luego corté. Él no los tenía.
Terminé el café más o menos justo cuando el avión
estaba a la altura de la pista al atardecer.
Giré el asiento para darle un último vistazo
a las luces de Buenos Aires. Luego cerré mis ojos
durante el largo viaje de regreso.
Esta mañana hay nieve en todos lados. Lo comentamos.
Me decís que no dormiste bien. Te digo
que yo tampoco. Tuviste una noche terrible. “Yo también”.
Estamos sumamente calmos y cariñosos entre nosotros
como si percibiéramos el endeble ánimo del otro.
Como si supiéramos lo que el otro estaba sintiendo. No lo sabemos,
por supuesto. Nunca. Sin importar.
Es el cariño lo que me importa. Ese es el regalo
esta mañana que transcurre y me sostiene.
Como todas las mañanas.
(Trad.: Andrea Parmigiani)