"Cuatro formas de mirar un mismo espacio" - Andrea Parmigiani
I
Allá no para de llover. Acá el día es un manto de rocío alegre y pequeño. Arriba, en cada vértice del cubo, cuatro ángeles sostienen una guirnalda de flores que ofrecen al centro. Así se construye el espacio para enamorarse del mundo. Enamorarse del mundo requiere de una especie de ejercicio, como ir al gimnasio los lunes y los miércoles, como nadar los martes y los jueves. Y el día es la ventana por donde ingresa un cielo, parcela nueva, lugar que es de nadie.
II
No llovía. Ese día no llovía. Estabas sola, caminaste por lo que había sido un palacete de familia convertido en el espacio para turistas vestidos de deportistas interesados por el arte.
Te sentaste en lo que seguramente había sido el pequeño comedor en el ala derecha. Arriba, los cristales se abrían al paso de la luz que entraba por la ventana abierta que daba al jardín. Miraste arriba. Arriba, en cada extremo del cuadrado, había ornamentos con forma de ángeles sosteniendo guirnaldas que ofrecían al centro. Ahí, en el rincón de la pared derecha, un espejo, más allá, lo que había sido el salón de baile.
III
No tenías un vestido bordado, ni guantes de seda, solo un atisbo de certeza que parecía proferir las palabras que antes hubieran habitado aquel lugar. Ese ejercicio practicaste para amar al mundo de nuevo. Algo vano, inútil, solo un recuerdo más que llevarías como el aroma de una fragancia conocida.
IV
Ya no llueve. No es más la memoria, es el extraño recuerdo para un primer recuerdo. Un libro, una manzana roja y espejos cuadrados esperan a mi lado. Ahí escribo sobre las estrellas y el ínfimo grado de separación que nos disuelve. Cuatro ángeles sostienen una guirnalda. Esencia de la luz que abre una poca al centro.